Rendido Beresford en forma incondicional (“a discreción”, dice el acta del Cabildo), el mismo día 12 de agosto Liniers le comunica que sería canjeado por el virrey Abascal, del Perú, a quien se creía en Buenos Aires prisionero de los ingleses. El general inglés es alojado en la casa de Félix de Casamayor, amigo y contertulio del espía inglés James Florence Burke y presumiblemente miembro de la logia “Hijos de Hiram”, creada por Burke y el portugués Juan Silva Cordeiro (otro informante británico) y que funcionara en la posada de los Tres Reyes (actualmente la esquina noreste de 25 de Mayo y Rivadavia, en Buenos Aires, edificio del SIDE). Mientras tanto las autoridades resolvían el destino final de los prisioneros británicos. La residencia de Casamayor era punto de reunión y prestigiosa vida social, a la que concurrían ingleses y españoles, las damas principales y en la que se daban sonadas fiestas. Aquí se realiza el primer acto de la conjura a favor de Beresford, pero esta vez interviene en las acciones, para asegurar el éxito, el más seguro agente británico de ese momento: Ana Périchon Vandeuil de O’Gormann, amante del reconquistador y héroe triunfante, Santiago de Liniers.
Los primeros pasos de la comedia, que finalizaría a bordo del buque británico Charwell 8 meses después, se inician en los salones elegantes de Casamayor. Veamos el procedimiento:
“El ilustre prisionero decía que la severidad de las leyes inglesas era tal que consideraba cortada su carrera para siempre, y como la paz con España había de hacerse más o menos tarde, tendría que responder en un consejo de guerra por haberse rendido a discreción o sin pacto alguno que salvase, siquiera, las apariencias y situación de la que ningún soldado inglés había salido con vida y sin infamia. Fingiéndose poco a poco preocupado y caviloso con tan crueles presentimientos, comenzó a negarse a ir al salón de las visitas, donde se jugaba y donde todos le reclamaban; se encerraba en su aposento y permanecía a oscuras la noche entera. Hasta que el mismo Liniers, instado por Casamayor y por las damas del círculo, le insinuó que para el caso extremo que temía, se le podía dar una capitulación fingida, que no debía figurar sino después de la paz y para el caso que fuera sometido a juicio. Sin reflexionar bien lo que hacía y arrastrado por el interés con que miraba a su prisionero, Liniers le otorgó el documento” (Vicente F. López).
En realidad, no eran “las damas del círculo” ni Casamayor. Era Anita Périchon y sus recursos amatorios, que cumplía con sus obligaciones de empleada del Foreing Office en la intimidad. A su influjo y persuasiones se debieron muchas de las actitudes de Liniers. Mitre dice que la falsa capitulación dada por Liniers a Beresford le fue arrancada al reconquistador “…cediendo a las seducciones del amor…” incurriendo “…en la culpable debilidad de sacrificar el acto más solemne de la guerra, comprometiendo impremeditadamente el triunfo mismo y disponiendo de la gloria de todos con una ligereza propia de su carácter inconsistente”.
Luego de discutir el texto del documento durante algunos días, entre Beresford, Liniers y Casamayor, finalmente se firmó el 20 de agosto, antedatándolo al 12, fecha de la rendición inglesa en el Fuerte, colocando Liniers al pie y antes de su firma: “en cuanto puedo”, con lo que salvaba las apariencias y se cubría ante el Cabildo, los demás jefes militares y el pueblo.
En esa falsa capitulación Liniers concedía el reembarco de los prisioneros británicos, previo canje de los mismos por los que ellos habían hecho a los patriotas, entregaba víveres para el viaje de las tropas inglesas en sus propios barcos, se comprometía a otorgar cuidados especiales a los heridos y daba seguridad de respetar la propiedad de “...todos los sujetos ingleses de Buenos Aires”.
El astuto prisionero
Beresford, una vez con el documento firmado por Liniers en la mano, abandona su apariencia “…preocupada y cavilosa” y al leer las tres palabras condicionales puestas por el reconquistador en el papel, “en cuanto puedo”, monta en cólera y el 21 reclama por escrito a Liniers, el cumplimiento estricto “del convenio hecho entre nosotros”. Ya no era un gesto magnánimo y de favor por parte de Liniers para salvarlo ante la corte militar inglesa. Constituía un tratado y Beresford pugna, por todos los medios, obtener que se cumpla como tal.
Santiago de Liniers le contesta el 25 y luego de recordarle las circunstancias y las verdaderas razones por las cuales se firmó el documento, reitera que “...en cuanto esté de mi parte propenderé al cumplimiento de las condiciones que concedí a V.S., …más siendo un oficial subalterno en la provincia, tendré que pasar, aunque sea contra mi deseo, por lo que mi superior me ordene”.
Pese a que la falsa capitulación era un gesto personal de Liniers, éste estaba convencido que lo mejor era reembarcar a oficiales y tropas inglesas, criterio que sostenía Sobremonte (todavía virrey nominal) y las dos Juntas de Guerra celebradas para tratar el asunto. El 26 se efectúa una entrevista entre Liniers y Beresford, en la que el general inglés despliega todas sus habilidades de hombre con notables condiciones políticas y con mucho conocimiento de los seres humanos y las circunstancias, para que Liniers impusiese a toda costa las condiciones de lo que él llamaba “el tratado”.
Todo es inútil, porque el poder lo tenía el Cabildo desde el famoso “Congreso” del 14 de agosto, el que respondía completa y solidariamente a las inspiraciones de Alzaga, quien propugnaba la internación de los ingleses. Este temperamento se correspondía, además, con los deseos del pueblo que, según el mismo reconquistador, “...se halla en un estado de insurrección y es enteramente contrario al reembarco de las tropas y oficiales ingleses”. El 28 circulan por la ciudad copias de la falsa capitulación y la indignación es general, siendo el Cabildo el más airado y el que reacciona de inmediato, citando a reunión para el día siguiente, con la presencia de Liniers.
Habla el alcalde de primer voto, Alzaga, quien expone “...las zozobras que padecía el vecindario de resultas de no haberse remitido a lo interior de la provincia a los prisioneros ingleses...”, señalando seguidamente “...la sorpresa que había causado en el pueblo un papel que corría de capitulaciones hechas con fecha 12 de agosto y firmadas por los dos generales, hallándose aturdido el pueblo por este hecho, siendo público y notorio que el enemigo se rindió a discreción...” y que quería que el señor Comandante de Armas (título oficial de Liniers) le informase la realidad del caso.
Liniers declaró que “era cierto el otorgamiento de ese papel y que lo había firmado después de la reconquista por consolar la suerte de un general desgraciado, quién con lágrimas en los ojos le suplicó le diese un papel de resguardo para su Corte, con la calidad precisa de reservarlo”, pero que él había tenido la precaución de anteponer la cláusula “en cuanto puedo” y que “siendo ninguna sus facultades en aquél caso, por cuanto no le era permitido defraudar los derechos y glorias de la nación, era insubsistente, nulo y sin ningún valor el precitado papel”, de todo lo cual él daría una amplia satisfacción al público, para lo que “estaba trabajando un manifiesto”, que daría a conocer en esos días. El Cabildo decidió esperar la aparición del manifiesto para decidir luego el temperamento a seguir.
El 30 de agosto apareció el manifiesto, donde Liniers relata breve y claramente las circunstancias y las intenciones de la falsa capitulación, ratificando lo expresado anteriormente a Beresford, al Cabildo y a las autoridades sobre el caso; reitera que había propuesto a las autoridades “remitiesen las tropas británicas y sus oficiales a Europa y esforcé en cuanto pude esta opinión, pero el Cabildo, el mayor número de los principales vecinos de este pueblo, el gobernador de Montevideo, la Municipalidad y habitantes de dicha ciudad fueron del parecer contrario”, recordando que la Junta de Guerra, el día 26, había consentido en ese criterio, pero “...habiéndose en los días 28 y 29 esparcido copias de nuestras insignificantes capitulaciones en esta plaza y sabido que en Montevideo había sucedido lo mismo por el correo, ambos pueblos han pronunciado enérgicamente que no se consentirían nunca a que se permitiese la salida de las tropas británicas, a cuyo parecer se conformó la Junta de Guerra que convoqué ayer y a cuyo voto general me conformé, tanto más que infinitas personas, haciendo la más inaudita injusticia a mi honor, carácter y acrisolada lealtad, profieren la abominable acusación que había tenido la vileza de dejarme seducir por venalidad en prestarme a las ideas de V. S." (Beresford).
En los primeros días de setiembre se resuelve la internación de los prisioneros, menos los jefes y oficiales, que a instancias de Sobremonte serían enviados a España, previo juramento de no volver a tomar las armas contra ella ni contra sus aliados. Pero el Cabildo, aconsejado por Alzaga demoró la ejecución del embarque de los prisioneros hasta que, insistiendo el 11 y el 15 de setiembre en la internación, logró al fin verificarlo el 11 de octubre. Martín de Alzaga escribía el 21 de ese mes a su yerno José Requena: “al fin conseguimos que tanto la tropa prisionera como a los oficiales se los despachase para los pueblos interiores”.
Dice José María Rosa que la popularidad de Liniers era tal, que a pesar del traspié de la falsa capitulación, por un momento capaz de aplastarlo si él insistía en cumplirla (hubo avisos hechos a Liniers acerca de la peligrosidad de seguir comunicándose con Beresford reservadamente), internados los ingleses, el pueblo siguió celebrándolo como el héroe de la Reconquista y jefe querido y aclamado. Sin embargo, el aparato montado por los comerciantes ingleses y sus amanuenses los “jóvenes ilustrados”, los funcionarios y militares contrabandistas y los “Hijos de Hiram”, iba a demostrar el poder de los intereses que controlaba. Por de pronto, el aparato proinglés había logrado que el general en jefe de los invasores y sus principales oficiales de Estado Mayor quedasen en Luján.
Fuente:
Revisionistas
La Gazeta
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